¿Dónde empieza y acaba la responsabilidad de un intérprete? ¿Y de un compositor?
En los últimos seis años, llevo dedicándome con intensidad a la composición instantánea. Como se puede entender, he pasado un buen puñado de horas siendo compositor e intérprete a un tiempo, es decir, un improvisador que aporta sonidos y silencios a un discurso colectivo. Por tanto, los conceptos de libertad y responsabilidad están muy vivos en mi actividad musical, no como valores absolutos sino como esferas que me replanteo a menudo.
Cuando mi colega Roberto Eugenio me propuso que grabara su obra Diciembre, le dije que sí porque creo en la honestidad de su trabajo. Además, me apetecía retomar la guitarra clásica y el repertorio pero con una motivación extra: estudiar la partitura en comunicación directa con el compositor. Más allá de sus llamadas de atención sobre mi lectura de notas incorrectas, que así fue debido a mi letargo con el repertorio escrito, fue muy interesante confirmar cómo una partitura detallada deja atrás intenciones del compositor, que se cristalizan de la mano del intérprete.
Durante el proceso de estudio, Roberto estuvo muy comprometido con la música, incluso aceptando determinadas decisiones de interpretación “fuera de guión”, entendiendo que eran aportaciones mías en las que la música salía favorecida. De ahí que su asesoramiento durante el estudio haya sido muy positivo y motivador.
Para responder a las preguntas formuladas al comienzo del post, he de decir que soy responsable del resultado sonoro; desde la acción con el instrumento hasta las últimas decisiones de mastering. Pero Roberto es totalmente responsable de haber escrito un discurso que permite narrar historias, abstractas porque es música instrumental, y personales en la medida que cada intérprete lo incorpore a su mundo emocional. Y ahí reside la magia.